Ampliación del Curso de Formación para Padres: Jesucristo, nuestro modelo

En el número 520 del Catecismo de la Iglesia Católica leemos: «Durante toda su vida, Jesús se presentó como nuestro modelo. Es «el hombre perfecto», que nos invita a ser discípulos suyos y a seguirlo. Con su descendimiento nos da un ejemplo a imitar, con su plegaria nos mueve a rogar, con su pobreza nos llama a aceptar libremente el desprendimiento y las persecuciones». Este punto del Catecismo es todo un programa de catequesis para los progenitores, procurando dar a sus hijos e hijas un modelo que dé sentido a su vida, para lograr la felicidad. Esta felicidad dependerá más del conocimiento de Cristo y la manera de actuar de Nuestro Señor que siempre habla de amar, que de confundir la felicidad con el bienestar y las cosas materiales. Seguir al Maestro, ser austeros, humildes, rogar… es todo un programa.

Lo que deseamos, pues, todos los padres y madres cristianos es que los hijos aprendan de la vida de Jesús. Es por esto que la verdadera pedagogía cristiana de los progenitores se basará en la aplicación del Evangelio a su vida personal para poder transmitir, con nuestro testimonio, la vida de Cristo.

Joan Pablo II, en el IV Encuentro Mundial de las Familias del 25 de enero de 2003 en Filipinas, les daba esta consigna: «¡con la ayuda de Dios hacéis del Evangelio la regla fundamental de vuestra familia y de vuestra familia una página del Evangelio escrita para vuestros tiempos!» Encontramos muchos pasajes del Evangelio en que Jesús pide a sus apóstoles que aprendan de los niños. Esto puede ayudar a las criaturas a comprender que Él es su mejor Amigo, que cuando andaba por los caminos de Palestina ya los recordaba y hablaba de copiar la sencillez de los pequeños a aquellos discípulos desbordados por su trabajo: «dejad que los niños se acerquen a mí».

Cada familia, según su estilo y en el momento adecuado, puede encontrar algún versículo del Evangelio sobre momentos de la vida de Jesús, frases, plegarias, Sermón de la Montaña, conversaciones con los apóstoles y discípulos, etc., sobre los cuales se puede reflexionar para encontrar el momento de explicarlo con sensibilidad y claridad, según la capacidad de comprensión y edad del hijo o hija. Es bueno aprovechar los tiempos litúrgicos: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua de Resurrección. Siempre quedarán, en lo más profundo de su alma, las exposiciones de los padres y la coherencia de la vida cristiana, es decir, actuar de acuerdo con lo que se ha hablado. Damos a continuación unos valores que se pueden aprender de la vida del Hijo de Dios, para aplicarlos de forma concreta a las circunstancias de los niños y jóvenes:

  • Pobreza y desprendimiento en el establo, donde nace Jesús: «…y dió luz a un hijo primogénito, le enfajó y le reclinó en un pesebre, por no tener sitio en la posada».
  • Obediencia, vida de niño en Natzaret: «les estaba sujeto».
  • Estudio y responsabilidad, adoctrinando a los maestros de la ley: «todos los que lo escuchaban se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas».
  • Laboriosidad: después de treinta años de vida oculta: «¿no es este el hijo del carpintero?».
  • Misericordia: curaciones de enfermos, comprensión y siempre, hasta el último momento en la Cruz, su perdón.
  • Amistad: Lázaro, Marta, María, Nicodemo, José de Arimatea, Zaqueo, los apóstoles, discípulos, etc.
  • Alegría: «Si observáis mis mandatos os mantendréis en el amor que os tengo… Os he dicho todo esto porque tengáis la alegría que yo tengo, una alegría plena».
  • Amor: «un mandato os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado».
  • Generosidad y sacrificio: La Pasión y Crucifixión. Mensaje de las Bienaventuranzas.

Hace falta recordar que hoy los niños y jóvenes reciben muchas imágenes que pueden ser para la familia una herramienta de comunicación para que aprendan a afrontar las dificultades, siguiendo el modelo de Cristo: aprovechar los acontecimientos adversos y las circunstancias difíciles: imágenes de guerra que se ven en los medios de comunicación, terremotos, inundaciones, pérdidas por muerte de personas conocidas, enfermedades, etc., porque nuestros hijos e hijas rueguen y así, los que padecen, se encuentren acompañados por su oración y compañía. Fomentamos de esta manera que alcen su corazón delante del dolor, la unión con Jesús que padeció en la Cruz por nosotros, y la sensibilidad para amar a los que padecen.

Joan Pablo II, nos decía al iniciar su Pontificado: «No tengáis miedo». Si animamos con la palabra y con las obras a los hijos e hijas a seguir y a identificarse con Jesús, los cristianos seremos capaces de remover el mundo. Deseamos que sean «sal y luz», que siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor den testigo y pregonen la buena nueva de Aquel que es «el camino, la verdad y la vida».


Próximo capítulo: La Virgen María


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