La ley del silencio

De Josep Miró i Ardèvol, publicado en La Vanguardia el 7 de marzo del 2016

La lectura de una especie de padrenuestro irreverente en el Saló de Cent, con el Consistorio reunido en pleno para entregar los premios Ciutat de Barcelona, ha dolido e indignado a mucha gente por lo que significa de falta de respeto a creyentes y no creyentes que se reconocen en una tradición cultural.

Y este es el problema básico, porque el respeto es una condición necesaria para la realización de la democracia. Sin él no hay diálogo y resulta imposible la concordia. El respeto es una virtud y su práctica aporta un gran bien: la consecución del bien común, el fin por excelencia de la demo­cracia.

Los que no se reconocen ni en una creencia, ni en una tradición cultural, no están eximidos de la exigencia de respetar aquello que forma parte del ser de otros conciudadanos. Las primeras que han de cumplir con este deber son las instituciones. La alcaldesa de Barcelona y el presidente de la Generalitat.

Hay una ideología dominante que persigue excluir el cristianismo de la sociedad. Esto no es de ahora, pero es ahora cuando consigue su máxima magnitud, que va a más. Esta situación hace muy difícil la vida de la fe y transforma a los cristianos en ciudadanos de segunda: para hacerse presentes en el espacio público han de silenciar sus creencias. Y esto es discriminación.

El papa Francisco y el patriarca de Moscú Kiril en la declaración conjunta afirman: “Estamos preocupados por la limitación de los derechos de los cristianos, por no hablar de la discriminación contra ellos cuando ­algunas fuerzas políticas, guiadas por la ideología del secularismo cuando se vuelve agresivo, tienden a empujarlos al margen de la vida pública”. Es nuestra situación.

Sólo el miedo parece inspirar respeto, a la vez que crece el maltrato y la exclusión de la mansedumbre cristiana. Siembran tempestades.

Los que predican el silencio cristiano cometen un error porque no entienden lo que sucede. El resultado es un fracaso avasallador que nos ha llevado a la irrelevancia social, porque los ataques no buscan la polémica, sino silenciar a los cristianos mediante el temor, marginándolos de la vida pública. Es la ley del silencio. El silencio de los corderos. No se trata de un problema de libertad, sino de la condición previa para que esta exista: el respeto.

¡Qué poco evangélico es el silencio! Si no hay denuncia profética, ¿cómo descubrirán su error?

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