Lección inaugural del Instituto de Teología Espiritual del curso 2006-2007.

Por Josep Miró i Ardèvol

Entrada.

Saludos.

I. UN INTERROGANTE NECESARIO.

La pregunta es obligada. ¿Qué le ha sucedido a nuestra Iglesia para decaer del vigor espiritual y social que mostraba en el pasado reciente, digamos desde el siglo XIX hasta la situación actual? Un vigor notable, si bien que imperfecto, como todo aquello que tiene un componente humano. A lo largo de aquel periodo, la vida de la Iglesia no fue fácil. Pero de las dificultades ha salido siempre con una nueva reanudación.

En el s.XIX se dejan sentir finalmente los efectos de la Ilustración. Es el fin de “L’Ancien Regime” con todas las luchas –carlistas y liberales– y dificultades doctrinales -la libertad de conciencia y de culto- que comporta. También los enfrentamientos con el poder político debido a las exclaustraciones y desamortizaciones (entre el 1808 y el 1835 -la de Mendizábal).

Más tarde, ya en el s.XX, cabe subrayar la dolorosa crisis provocada por el modernismo.

Los problemas de la Iglesia son bien visibles con la quema de conventos en el s. XIX, que se extienden también al s.XX (la Semana Trágica es su punto más álgido). El sentido anticlerical y a menudo antirreligioso, está presente a lo largo de estos dos siglos. Pero a la vez son tiempos de gran vigor de los laicos católicos en campos bien diferentes, como lo constatan figuras de la talla de Maragall, y Prat de la Riba, entre otros.

El advenimiento de la República representa un intenso empeoramineto de la situación de la Iglesia, que empieza ya el mismo 6 de octubre con la quema de la Basílica de Vilafranca y la muerte de un rector. Era el preludio de la gran catástrofe de la Guerra Civil. Fue un derrumbe brusco en el que la Iglesia llegó a desaparecer físicamente, radicalmente. Más de 2.000 religiosos serían asesinados, así como una cincuentena de monjas, además de la clandestinidad obligada de toda la vida religiosa, la prohibición del culto y la destrucción material. La Iglesia sufrió desde 1936 hasta bien entrado 1939 una de las grandes persecuciones del siglo XX, junto con las revoluciones de México y Rusia (en una fecha tan adelantada como en la ofensiva del Ebro, el propio Lister ordenó el fusilamiento de un cura por el hecho de serlo).

El largo periodo del Franquismo ha hecho difícil que la Iglesia catalana asumiera con realismo lo que sucedió, las causas y sus consecuencias. Queda pendiente preguntarnos sobre el sentido de tantos mártires. (Hace pocos días, el 28 de septiembre, celebrábamos al beato Francesc Castelló, uno de entre los muchos que vieron derramada su sangre por la única condición de ser católico). ¿Qué sentido tiene hoy para nuestra dimensión espiritual esta realidad tan apabullante?

Tras el fin de la Guerra Civil, la Iglesia catalana vivió con una doble y contradictoria sensación inicial: la alegría por el fin de la persecución religiosa y el regreso a la normalidad, en un marco favorable. Una situación que produce un florecimiento de vocaciones de las que, en cierto modo, hemos vivido hasta hace pocos años. Por otro lado, la pérdida de libertades y la supresión de todo aquello que podía significar un aire catalán, empezando por la propia lengua (en el 1942, ni siquiera se podían imprimir estampas en catalán, y en una fecha como la del 1946, todavía estaba prohibida la prédica en nuestra lengua). Pero esta contradicción que podía acontecer muy esterilizante también fue razonablemente superada.

Y aquí permitidme una digresión. Aquella fue una contradicción que tiene puntos, sólo algunos puntos, de contacto, con aspectos de la actualidad en la que se da también una, en parte aparente en parte real, contradicción entre la Iglesia catalana y la Iglesia española. Una contradicción que esteriliza, bloquea, paraliza, y sobre todo aleja a feligreses.

Quizás si pensáramos más en términos de la Iglesia en Cataluña y la Iglesia en España, lo superaríamos. Quizás si fuéramos capaces de asumir la realidad y generar dinámicas comunes positivas lo superaríamos. Porque si unos se sienten lejos, espiritualmente hablando, de España, y otros lo están de Roma, acontece ininteligible la afirmación de que formen parte de la Iglesia Católica, Una y Santa.

Fin de la digresión; retomo el hilo.

Las sucesivas reanudaciones.

El s.XIX y buena parte del s.XX fue una época fructífera. Incluso toda la gran cuestión doctrinal de la época en el mundo católico, el modernismo, tuvo poca incidencia en Cataluña. Más bien la cuestión radicaba en la fuerte implantación del tradicionalismo en una buena parte del clero y del pueblo.

Hay personajes en el s.XIX que simbolizan bien y de maneras diferentes esta capacidad de reanudación. Por ejemplo, St. Antoni Maria Claret, (hombre de pueblo que llegó a hombre de corte, a la vez que predicador y escritor incansable en catalán y castellano). Él expresa una de las características de nuestros predecesores: la permanente voluntad de llevar la Palabra extramuros de las iglesias y conventos, en medio de la sociedad. La Iglesia gana también incidencia a partir de la escuela cristiana que se recupera con dificultad de las medidas desamortizadoras y de las supresiones de las congregaciones. Se producen nuevas fundaciones de gran relieve: el padre Manyanet, la madre Vedruna, la madre Montalt. También se despliegan como nunca las instituciones asistenciales y benéficas, aunque hay, como es obvio, una larga tradición en este punto.

La Iglesia tuvo un papel decisivo en la Renaixença; promovió su propia concepción y criticó aquello que pensaba que debía desautorizar con claridad y voluntad de llegar a la gente. Participó del movimiento catalanista siguiendo su propia concepción y no la que le marcaban los políticos. Diversos eclesiásticos, y en especial, Torres i Bages con La Tradición Catalana es el mejor ejemplo, pero hay muchos más.

En el plano directamente lugado a la vida espiritual es obligado recordar algunas iniciativas –no todas, por brevedad- que van desde el Fomento de la Piedad Catalana (1915) del sacerdote Eudald Sierra que inunda con millones de publicaciones el país, El Movimiento Litúrgico y el Congreso Litúrgico de Montserrat (1915), el movimiento Bíblico, y la Acción Social Popular del jesuita Pare Palau que después continuarían Pla y de Daniel y el canónigo Llobera. Del trabajo del Padre Miquel de Esplugues, Carles Cardó. Hasta llegar ya al 1931 con la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña constituida por el doctor Albert Bonet y que, pese a las dificultades de la época, reunió en poco tiempo a 14 mil fejocistes y vanguardistas (jóvenes de 15 a 35 años). La Fundación Balmesiana y la Biblioteca Balmes, y en su seno la Obra del Santo Evangelio para difundirlo masivamente entre el pueblo, del jesuita Ignasi Casanoves (1872-1936). La Obra de Ejercicios Parroquiales del también jesuita Francesc de Paula Vallet (y que después dejó la Orden para impulsar la Congregación de Cooperadores Parroquiales.) El apostolado de Misiones y Ejercicios de Cataluña, con otro jesuita Josep Ma Pijoan, hasta el Apostolado del Buen Libro, y la Propaganda de Piedad y Obra de Culto.

Todo este vigoroso movimiento del que he apuntado simplemente unas pocas referencias, tenían un común denominador: llegar a la sociedad, llevar la voz de la Iglesia, del Evangelio al pueblo, actuar desde dentro hacia afuera. Esta vocación generaba a la vez una fuerte corriente de reforma y mejora en sus adentros.

La Guerra Civil, y en cierta medida la inmediata posguerra, es la ruptura con toda esta trayectoria. Pero también hay una reanudación. Situémosla hacia el 1947, con la entronización de la Mare de Déu de Montserrat.

Después de la Guerra, en la década de los cincuenta, se dan grandes movimientos de juventud, la Acción Católica, los Cursillos de Cristiandad y el Escultismo católico de la mano de Padre Batlle, hasta su crisis irreversible iniciada en los años setenta. Y también Virtèlia, las Congregaciones Marianas, con la Academia de la Lengua Catalana, Franciscàlia, La Liga Espiritual. Y con ellas una serie de publicaciones que marcarían un tono intelectual y un estilo hasta la crisis de la desvinculación de los setenta: Criterion, Qüestions de Vida Cristiana, Serra D’Or, Oriflama, y dos espléndidas editoriales junto con las Publicaciones de la Abadía de Montserrat, Estela y Nova Terra, esta última con un papel determinante de nuestro obispo Joan Carrera, y la última aportación, la editorial Claret. También iniciativas tan importantes como el Centro Pastoral Litúrgico, el Centro de Estudios Pastorales y el ICESB.

Y también la incidencia una vez más en el catalanismo que se reconstruía. (Subrayo dos características: la importancia en la edición de libros de cultura cristiana, y dentro de ella la importancia extraordinaria de los contenidos espirituales. Hoy recordamos que dos bestsellers de la época fueron libros de espiritualidad, en catalán y dirigidos a los jóvenes, el Diario del Daniel y Reeixir, de Michel Quoist).

Todo esto se trunca, entra en crisis, desaparece o se transforma hasta tener poco que ver con la transmisión de la Fe, la evangelización. Esto sucede en la época de lo que denominamos el Post Concilio, al que más adelante me referiré con más detalle. Apunto solamente que su causa es mucho más amplia, más universal, pertenece a un ámbito global de civilización que afecta a la mayor parte de occidente. Lo que en términos religiosos se denomina secularitzación son los efectos eclesiales de la ideología de la desvinculación. Un común denominador europeo que en Cataluña arrasa.

El resultado es una profunda fragmentación interna, una desunión y una esterilidad que todavía perdura. Se cumple aquello de: “Todo reino que se divide y lucha contra si mismo, va a la ruina, y toda familia dividida se hundirá.” (Mt. 12:25).

Si con los enfrentamientos entre liberalismo y carlismo la Iglesia tiene capacidad para acabar proponiendo su propia vía, y las obras de Balmes por un lado, y Torres i Bages por otro, en un momento diferente, son testigo de ello. Si con la Renaixença el pensamiento cristiano se hace presente en la vida pública pero con una concepción propia. Si a partir de los años cincuenta del siglo pasado sucede en menor dimensión una cosa parecida y se supera el nacional catolicismo, cuando llega la Transición, la Iglesia hace un buen servicio, pero cualitativamente diferente. Ayuda, colabora y acompaña a la voz de la libertad, pero ya parece que tenga menos a decir de específico, y este poco a decir va quedando progresivamente reducido hasta lograr casi la invisibilidad social. ¿Pero es posible educar espiritualmente al pueblo sin estar sensiblemente presentes en la vida cultural, social y política de la sociedad?

Reordenando viejos libros encontré un número de Qüestions de Vida Cristiana de 1973, ¿Qué es ser mujer?, y con sorpresa me di cuenta de que ya estaba escrito buena parte del discurso del feminismo de la desvinculación, que la Iglesia rechaza. Incluso ya está presente la reivindicación del sacerdocio femenino. ¡¡Hace dos generaciones!!. Con este ejemplo quiero señalar dos cosas. Una, que la desvinculación nos entró, pero no había, al menos no mayoritariamente, una conciencia exacta de su entrada, más allá de contemplarla como una cuestión de progreso, de “aggiornamento”. La Fe entendida sólo como “progreso”. No es un mal exclusivo nuestro. Lo apunta Ratzinger, en su “Introducción al Cristianismo” cuando escribe que la tradición se lee como algo superado. Ya no se concibe la tradición como el depósito fijado en los comienzos, sino tan sólo como el dinamismo de la inteligencia de la Fe que impulsa adelante. Pero la Fe, y en esto coincidimos con Lutero, es un sujetarse a Dios en quien el hombre encuentra el fundamento de su vida. Más que un ejercicio intelectual es un “permanecer en”. La Fe no es tanto un pensar para creer, sino un creer para pensar. De la antítesis entre progreso y tradición surge un bloqueo espiritual que ha sembrado de esterilitat el país y que, unido al no mesurar a dónde nos conducía lo que alegremente se publicitaba, ha tenido como resultado una pérdida de los fundamentos.

Fueron instrumentos de la propia Iglesia los que difundieron los elementos que progresivamente han compuesto el marco de referencia hegemónico de la ideología de la desvinculación. Hombres de iglesia han propagado una concepción que reduce la religión a ideología. A base de la, hasta un cierto punto, legítima voluntad de relativizar el sentido de la Tradición y el Magisterio en razón de su contingencia histórica a fin de que no se conviertan en un dogal que limite la capacidad de estar abiertos al mundo, se ha acabado relativizando el carácter único y extraordinario del cristianismo. La venida de Jesús ya no es la culminación de la Historia, ya no es la afirmación de un hecho excepcional, Dios hecho hombre, muerto y resucitado, literalmente, sino una confesión religiosa más entre otras. La Iglesia ya no es la institución que Él creó para vivir la Fe en la Historia, sino una organización humana más, juzgada en términos humanos. Ya no se deja ningún espacio al Espíritu. Y de aquí surge este discurso que escandaliza -en el sentido bíblico del término-, cuando además lo difunden clérigos que se manifiestan contrarios a la Iglesia institución. Una interpretación que la fina inteligencia y capacidad de razonar de mi admirado Newman, el pastor anglicano que llegó a Cardenal, hubiera rechazado de lleno.

Hay todo un discurso que confunde la apertura del corazón a todas las personas, el respeto a su dignidad como criaturas de Dios, con la necesidad de igualar la naturaleza religiosa del Cristianismo, y con él de la Iglesia, con todas las otras creencias y confesiones.

Hay multitud de textos escritos en Cataluña que, en este sentido, contribuyen a destruir la puerta al Misterio en el sentido de lo inalcanzable e inefable. No se trata de hacer un relato detenido de todo esto, pero si permítanme que cite una obra de 1984, porque ejemplifica bien, en este caso desde la calidad intelectual, aquello sobre lo que alerto. Es el caso de la “Religión y Mundo Moderno. Introducción al estudio de los fenómenos religiosos”. No se puede hablar desde dentro de la Fe con metodologías que lo excluyen.

¿Quiero decir con esto que no es posible escribir sobre la Iglesia desde fuera de la Fe? Por supuesto que no. La razón a la que apela Benedicto XVI, como en su día hizo Juan Pablo II en “Fides et Ratio”, nos pide tener la capacidad de dialogar con quienes examinan la religión desde fuera. Y por lo tanto, de razonar también desde estos parámetros. Lo que estoy diciendo es algo bien diferente. Lo que digo es que no se puede hacer esto desde la confusión con la condición religiosa del discurso. No se puede hablar desde dentro de la Fe con metodologías que la excluyen. Si se niega como premisa la evidencia de que el viento del Espíritu sopla sobre la Iglesia, la espiritualidad acaba no teniendo aire para respirar. Y esta es otra de las razones del declive. No le hemos dejado espacio al Espíritu a base de hiper racionalizarlo.

También en la relación catalanismo–Iglesia las cosas han dado un giro. Desde la Iglesia se interpretaba el catalanismo. Esto se ha modificado hasta llegar a una situación en la que es el catalanismo quien señala a la Iglesia cuál debe ser su papel y cómo lo debe cumplir.

Esta es la situación en la que nos encontramos hoy, y yo, que tengo más de 40 años de militancia activa en el catalanismo político, y puedo lucir modestamente los galones de la prisión y la clandestinidad, del gobierno digo que esta situación no puede ser, que este es otro dogal que nos inmoviliza y debilita nuestra condición católica. Y aquí cabe recordar una evidencia clamorosa tan absurdamente olvidada. La Iglesia es la única acompañante que ha tenido Cataluña desde el origen hasta el día de hoy, de manera ininterrumpida. Ha habido otras. Unos ya han desaparecido, otras han iniciado la compañía mucho más tarde. Sólo la Iglesia está desde nuestro origen. Con este bagaje, la supeditación no sólo es una anomalía, es también una pérdida irreparable para el pueblo catalán. Es la Iglesia que ha de interpretar y juzgar al catalanismo desde aquello que compete a su mensaje espiritual encarnado en la vida cotidiana.

II. LOS FUNDAMENTOS DEL PROBLEMA.

Pero echemos una ojeada a la realidad: acudamos a las cifras. En la última encuesta (mayo/06. CIDE Instituto de Estudios del Capital Social. Universidad Abat Oliba CEU) en Cataluña, sólo el 5% de la población de 18 a 34 años se declara católica practicante, mientras que el 31% se considera atea o agnóstica. A medio–largo plazo estos datos, por el efecto demográfico, significarían un declive acelerado de la Iglesia.

Desvinculación.

Pero sería un error pensar que sólo es un mal de la Iglesia. Un error que se comete leyendo el problema como si la Iglesia fuera un islote. Preciso la idea: la característica de nuestro tiempo común a todos, también a la Iglesia, se llama desvinculación.

La desvinculación es una manifestación que afecta al conjunto de la sociedad y que se expresa en el ámbito religioso con lo que denominamos secularitzación. La desvinculación afecta en especial a la juventud: la tasa de afiliación de jóvenes de entre 15 y 24 años en las organizaciones de Iglesia logra un 7%. Parece poco, pero es que en las organizaciones seculares, ONG solidarias, sindicados y partidos políticos oscila sólo entre el 1 y el 2%. Mucho menos.

La desvinculación incide sobre todas las instituciones de la sociedad empezando por el matrimonio y pasando por la escuela.

Por desvinculación entendemos aquella ideología, en el sentido peyorativo del término, que transmite una representación falsificadora de la realidad y constituye una forma falsa de conciencia. La desvinculación considera que la realización personal se encuentra exclusivamente en la satisfacción del propio deseo y sus pulsiones. La realización del deseo es el hiperbien al que deben supeditarse todas las otras. Se impone a todo compromiso, a toda tradición, norma, religión, y vínculo. En el proceso desvinculador se da la ruptura del reconocimiento de la alteridad y de la trascendencia, porque la satisfacción del deseo necesita transformar al otro de sujeto a objeto. De este modo, el otro únicamente tiene sentido como fuente de mi satisfacción. El resultado sólo puede ser el conflicto y la ruptura. Charles Taylor apunta en “La variedades de la religión hoy» que su origen próximo está en la revolución cultural que se produce a partir de los años sesenta. Una revolución individualizadora que se añade a un cierto individualismo propio de la cultura de la modernidad. Es lo que Taylor denomina “individualismo expresivo”, consistente en un cultivo desmesurado del “Yo”. Este hiper individualismo comporta reducir la vida pública, la política, a puro procedimentalismo porque no existen valores compartidos. El resultado es el relativismo ético y la exclusión de la experiencia de la virtud en la construcción de la sociedad, porque como afirma MacIntyre, la virtud nunca puede ser un procedimiento.

Esta ideología desarrolla una cultura de masas. Resultado: la satisfacción del deseo ya no se mueve en el ámbito individual, como opción personal, sino que es un elemento estructurador de la política, como tan bien ejemplifica la nueva Ley del Divorcio. Es insólito en la legislación divorcista establecer la ruptura sin ninguna causa y por decisión de una sola de las partes. Se convierte, así, en el único tipo de contrato civil en el no se necesita alegar nada para romperlo. No hay responsables, ni tiene coste. ¿Qué diría la sociedad de una misma legislación sobre el contrato laboral o mercantil? Sería considerado inadmisible. Entonces, ¿por qué se acepta en el divorcio? Porque responde al marco referencial de la desvinculación, satisface el impulso del deseo. Unalectura parecida podríamos aplicar al proyecto de Código de Familia de Cataluña presentado a información pública, enel que se suprime el principio de la fidelidaden la relación de los cónyuges. Para cumplir con el matrimonio, ya no haría falta mantenerse fiel el uno al otro. ¿Cómo queda transformado el matrimonio con todas estas alteraciones? ¿Puede cumplir con sus fines?

Y aquí quiero remarcar que si no se resiguen todas las políticas, todas las leyes de esta clase que alteran radicalmente el sentido de la vida, y no se diagnostica el modelo y cultura que dibujan, la Iglesia no puede impulsar el desarrollo de la Fe. Tiene el riesgo, como se aprecia a menudo en mucha de nuestra literatura social religiosa, de vivir en una sociedad que no existe: la del fin de los años setenta.

La desvinculación promueve la cultura de la trasgresión que expresa la ausencia de límites a los deseos humanos y a su manifestación. En palabras de Tessek Kolakoswki, “Una de las más peligrosas ilusiones de nuestra civilización es la idea de que no hay límites a los cambios que podemos emprender, que la sociedad es una cosa infinitamente flexible. La cuestión moderna que daría al hombre libertad total de la tradición, lejos de abrir ante sí la perspectiva de la autocreación divina, lo sitúa en la oscuridad, donde todas las cosas se contemplan con la misma indiferencia. Ser totalmente libre de la herencia religiosa o de la tradición histórica es situarse en el vacío y, por lo tanto, desintegrarse”.

Pero sin duda la condición más importante es el laicismo de la exclusión religiosa. La sociedad de la desvinculación necesita para imponerse, del laicismo, porque la conciencia religiosa es la causa fundamental de la generación de vínculos. Con Dios el vínculo se hace inexorable. Nadie te puede suplir ni engañar en esta relación constructora de la conciencia humana. Es a partir de ella que las otras articulaciones toman fuerza. Por ello la religión es el adversario más potente de la desvinculación y por esta causa debe ser batida, desacreditada, porque dice Masaryk, contribuye decisivamente a la construcción de la conciencia personal. La cultura de la desvinculación es incompatible con todo hecho religioso. No hay inculturación posible. Creo y es constatable que nuestra Iglesia todavía no se ha percatado con realismo esta evidencia, pese a que en ella se encuentra la primera causa del derrumbe espiritual. Con la desvinculación llega el fin de lo que Saint-Éxupery nos narra en El Pequeño Príncipe: el valor del compromiso. Nuestro pequeño héroe dice, refiriéndose a las otras rosas y en relación a la que es suya: “Sois muy bellas, pero no puedo morir por vosotras. Sin duda, aquel que pase cerca de mi rosa creerá que todas son iguales, pero para mí es más importante que todas juntas, porque es a la que he regado y abrigado… Porque es mi rosa”. Es su rosa porque ha tenido cuidado de ella y así se ha comprometido con ella. Por esto cada vez se encuentran menos causas por las que morir: no matar; morir. Menos causas con las que vincularse de por vida. El hombre muere, volvemos a Saint-Éxupery, “para salvar el nudo invisible que convierte estas cosas –la rosa, el campo de trigo, la catedral- en dominio, patria, rostro familiar”. Cuando esto falla, acudimos a Allan Bloom “son libres -la gente- para decidir si creerán en Dios, si serán ateos o si dejarán abiertas sus opciones inclinándose por el agnosticismo; si serán heterosexuales o homosexuales o si, también en este caso, dejarán abiertas sus opciones, si se casarán y se divorciarán o si permanecerán casados; si tendrán hijos…; y así indefinidamente. No hay ninguna exigencia, ninguna moralidad, ninguna presión social, ningún sacrificio a realizar que se oponga al seguimiento o al alejamiento de cualquiera de estas direcciones. Pueden ser lo que quieran ser, pero no tienen ninguna razón particular para querer ser nada”.

La pérdida del vínculo religioso y la desvinculación de los compromisos sociales y humanos están estrechamente correlacionados. Permítanme citar como ejemplo los últimos datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre la religión y los valores en España: los datos nos muestran la relación entre donación, vínculo, y sentido y práctica religiosa. La cuestión planteada en las encuestas se orienta a preguntar por qué temas se está dispuesto al sacrificio, incluida la propia vida. ¿Acaso por el país?, ¿para salvar una vida, la justicia, la libertad, la paz, la democracia, quizás la religión, la familia? En las respuestas siempre se da la correlación positiva a favor de las personas religiosas. Estas son las que más predispuestas están a sacrificarse. No sólo en relación al país o a la religión, sino en todas las cuestiones planteadas, justicia, paz, familia. En algunos casos las diferencias son aplastantes, puesto que se sitúan por encima de entre un 20 y un 40 por ciento, como cuando se trata de salvar una vida. Secularitzación significa no solamente pérdida del compromiso con la Iglesia, sino con el prójimo. Secularització es desvinculación. Desvinculación es secularització. Es la misma ecuación. También significa, en contra de la vieja pretensión ilustrada que la razón desplazaría la religión, un aumento de las supersticiones. A más, secularización más negrura. Lo constataré con otro dato de la sociología positiva: es un hecho que los menos religiosos son los jóvenes, especialmente por debajo de los 34 años. Pues bien, ellos son, con diferencia, quienes más creen en espíritus, videntes, brujos y horóscopos. Un 30% de los más jóvenes creen en los espíritus: casi uno de cada tres!, pero entre los mayores de 45 años sólo creen en ellos el 14%. ¿Cómo es posible que la generación con más estudios de nuestra historia crea mucho más en estas cosas que la gente más mayor, que incluso los más ancianos, de menor preparación y en muchos casos de origen rural? Pues básicamente, como apunta Víctor Frankl en “La Presencia Ignorada de Dios”, porque “la fe mía reprimida -por la cultura de masas, la política- degenera en superstición”. No hay en la vida real una confrontación entre Ilustración portadora de la modernidad y una Iglesia institucional anclada en el pasado. Lo que hay es una confrontación entre satisfacción de los deseos y superstición, contra racionalidad y fe religiosa.

La ideología de género.

La ideología de alcance más político que ha generado la desvinculación, es la denominada perspectiva de género, que propugna la pérdida de significación de la diferenciación sexual. El concepto de hombre y mujer pierde todo sentido y plenitud de significado, dado que hombre y masculino pueden significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; y a la inversa. Las categorías «masculino» y «femenino» se entienden como construcciones culturales en lugar de corresponder a caracteres naturales, de origen biológico y predeterminados. Por esta doctrina, “los hombres y las mujeres no sienten atracción por personas del sexo contrario por naturaleza, sino más bien por un condicionamiento de la sociedad” .“El mundo no está dividido en dos sexos que se atraen sexualmente el uno al otro, sino que existen varias formas de sexualidad -que incluyen homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales y travestidos- como equivalentes a la heterosexualidad”.

Desvinculación, insolidaridad y pobreza.

Hay una estrecha relación entre desvinculación y la insolidaridad occidental. Nuestro país es rico, muy rico, pero esto no se traduce en una prioridad por los más desvalidos. Para que nos entendamos cuando hablo de riqueza. El PIB de España, la riqueza total producida en un año, es casi el doble de la del África subsahariana, con la diferencia de que aquí viven 44 millones y allá 741 millones de personas. Incluso referido a todo el continente africano con 860 millones de personas, el PIB español continúa siendo un 36% superior. Mucho más ricos 44 millones de españoles que el conjunto de los 840 millones de africanos. Ante esta evidencia no hace falta que les mencione ninguna cita del Evangelio. Lo que está sucediendo es un escándalo que clama al cielo.

Y todo esto, todo lo dicho, no es condenar al mundo, sino denunciar lo que algunos están haciendo con el mundo, que es muy diferente. Es en este marco real donde se ha de insertar la dimensión espiritual de la persona hoy.

III. ALGUNOS CRITERIOS POSIBLES PARA LA REANUDACIÓN.

Pero dicho todo esto, quiero afirmar que hay motivo para la esperanza. Esperanza sobre todo en razón de la providencia de Dios. Confiamos en el viento del Espíritu, en muchas ocasiones casi imperceptible, y de su mano constatamos lo que tenemos. ¿Quién puede negar la reanudación de la vida espiritual mediante una liturgia regida, en las eucaristías del domingo, en la progresiva, por cada vez más visible, recuperación del sacramento de la reconciliación? De los núcleos de jóvenes de una espiritualidad extraordinaria, los movimientos muy activos, muchas y exitosas experiencias de fe, sacerdotes con ideas claras, numerosas parroquias activas, laicos comprometidos con la vida pública. Tenemos proyectos e iniciativas, y la Eucaristía del domingo es el lugar de reunión más importante del país.

Esperanza, pues, si cumplimos con nuestro papel. “Cuando alguien enciende una lámpara, no la tapa con una jarra o la pone bajo la cama, sino que la coloca en el portalámparas para que quienes entren vean la claridad .” (Lc 8, 4).

Pero teniendo siempre presente que “a quien tiene, le darán todavía más; pero a quien no tiene, le tomarán hasta aquello que se piensa que le queda”. (Lc 8, 4-15).

Y porque tenemos, podemos. Podemos hacer más y mejor.

Más y mejor por una Iglesia unida y sin etiquetas, porque las etiquetas son la expresión exterior del desamor. Una etiqueta siempre reduce al ser humano, y en el reduccionismo nunca florece el amor.

Una Iglesia que sabe aprovechar a fondo la oportunidad única que significa la homilía del domingo para transmitir vida, y encarnación en la realidad cotidiana.

Una Iglesia volcada en ayudar, con hechos y medios, a la pequeña iglesia doméstica, volcada en ayudar a la transmisión de la Fe en la familia con una atención efectiva, conocida, amplia, publicitada, a los esposos y padres.

Una Iglesia con parroquias abiertas de día y buena parte de la noche, sería suficiente con una por arciprestado. Lugar de refugio y acogida de los que necesitan de la caridad y del calor de la compañía. Dios es caridad. La parroquia es su bastión, el centro de espiritualidad y humanidad que irradia a todo barrio.

La espiritualidad sólo es posible cuando no se cae en la tentación de ocultar a Dios. Volver la prédica de Jesucristo y con Él de su Iglesia allí donde siempre debería haber estado. En la escuela que se confiesa cristiana, en el escultismo y esplais que se llaman diocesanos, porque así todos ellos volverán a dar, tras años de sequía, aquello de que tanto carecemos, vocaciones religiosas y laicos comprometidos de por vida. Hacer presente a Dios y a la Iglesia en la solidaridad y la caridad. Una cosa es ayudar a todo el mundo sin preguntarse qué piensa y cree, como hace el buen samaritano, y otra bien diferente ocultar la causa principal por la que se hace. Por amor a Dios y, por Él, a toda la humanidad.

Hacer más y mejor para reunir a jóvenes comprometidos aquí y allí en un movimiento de jóvenes cristianos lo suficientemente amplio para que dejen de sentirse aislados, seres extraños en un mundo que no les comprende. Lo suficientemente amplio como para vivir la fe y llevarla al centro de la vida pública, a la universidad y al trabajo.

Más y mejor significa para toda la Iglesia diocesana, construir comunidades que hagan posible que una persona viva la vida cristiana. Hoy no basta con intentar vivir lejos de los malos ambientes, ya que éstos están presentes por todas partes. Hoy es difícil ser cristiano en un ambiente pagano y hostil. Hace falta, por lo tanto, construir ambientes cristianos que sean mucho más satisfactorios y humanos que todos los otros. Este fue el camino de la Iglesia al inicio, su fuerza para transformar la sociedad. Para conseguirlo necesitamos comunidades donde prime la interacción personal con vocación de dar respuestas y ayudar a sus miembros. Y al referirme a comunidades, no estoy transmitiendo la idea de reunir a unos pocos más perfectos, todo lo contrario. Se trata de organizarse más, bajo el modelo comunitario a partir de nuestra realidad parroquial. Grupos de la dimensión adecuada para que aquella relación interpersonal se cumpla, enmarcados en un grupo más grande que es la parroquia. Y esto significará también promover liderazgos para estas comunidades, más hombres y mujeres que, en torno al sacerdote, las dinamizan y dan vida.

Somos el pueblo de Dios. Pues vivamos, organicémonos, y actuemos como un verdadero pueblo. Somos el Pueblo de la Alianza, de la alianza con el Señor iniciada con Abraham, y Moisés. Somos aliados de Dios para servir a una causa. La causa de Dios. Comportémonos como tales.

También más y mejor para la clase de religión convertida en luz que brilla incluso en el medio más adverso, con maestros bien apoyados, y miradas atentas que velan por el cumplimiento de lo que está acordado, especialmente en la escuela pública, y también que sus contenidos construyan culturalmente la Fe.

Más y mejor porque la capacidad que tenemos de ayudar los inmigrantes vaya más allá, ayudándoles a articularse social y espiritualmente. Si no creamos estas estructuras, nos pasará como con la juventud, los iremos perdiendo en la medida que se asienten, y con ellos perderemos, seguramente, una gran oportunidad por vigorizarnos.

Más y mejor para hacernos presentes, pese a las dificultades y en ocasiones la discriminación abierta y rotunda, en la vida cultural secular, en la comunicación.

Y para renacer hace falta un esfuerzo para recuperar las raíces cristianas de Cataluña, empezando por la articulación con nuestro pasado lejano y próximo. En la historia de la Iglesia no puede haber rupturas, ni olvidos. Volvamos a poner en valor aquello que hemos sido, reflexionemos, no como simple ejercicio, sino para recibir inspiración por la actualidad. ¿Qué nos dice hoy el Fomento de la Piedad Catalana, Torres i Bages, el amor a la Tradición, la Acción Social Popular, la Federación de Cristianos, la Acción Católica? Qué nos dicen nuestros mártires, Oriflama y Nova Terra? Y tantas otras realidades fructíferas. Si no estimamos y conocemos bien nuestro pasado, si no sabemos “leer” la experiencia de lo que ha exitoso, ni seremos capaces de servir a nuestro pueblo, ni de servir a la Iglesia.

En las actuales condiciones concretas, no es suficiente para lograr la reanudación gestionar el día a día. Nos hacen falta gestos de nivel, históricos, si me permitís la expresión. Necesitamos promover un renacimiento espiritual y religioso, que tendrá como consecuencia una revolución moral. Nos hace falta la audacia y el entusiasmo de ser cristiano para hacer visible la Fe. Más todavía, Cataluña necesita de este renacimiento. También nuestro pueblo manifiesta signos de fatiga, de pérdida de capacidad y confianza. Una Iglesia de gente fatigada y con la esperanza oscada no será fiel a su compromiso con el pueblo catalán. Los catalanes también necesitamos el renacimiento a una nueva esperanza. Una esperanza especialmente espiritual.

Y no vivamos angustiados o acomplejados por el mundo. “Si el mundo os odia, tened presente que me ha odiado primero a mí que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os estimaría como cosa suya. Pero vosotros no sois del mundo: yo os he escogido del mundo, y por esto el mundo os odia. Recordad aquello que os he dicho: ‘El criado no es más importante que su amo’. Si me han perseguido a mí, también os perseguirán a vosotros; si hubieran guardado mi palabra, también guardarían la vuestra. Todo esto os lo harán por causa de mi nombre, puesto que no conocen a Aquel que me ha enviado».

No vivamos acomplejados porque también está dicho:

Han vencido por la sangre del Cordero

Y por el testimonio de su martirio,

Ahora es la hora de la victoria de nuestro Dios.

La hora de su poder y de su reino.”

(Ap. 11, 17, 18;12)

(Vísperas. Cántico del jueves de la II semana).

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