Homilia del bisbe Munilla del Día de Sant Sebastià: “Batalla de la perseverança”

Pel seu interès, reproduïm l’Homilia que el bisbe de Sant Sebastià, Juan José Munilla, va oferir en la Missa Solemne del Dia del Patró, el 20 de Gener a la basílica de Santa Maria.

 

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes, queridos donostiarras y los que habéis llegado de fuera para celebrar este día; queridas autoridades presentes: Sed todos bienvenidos a esta Basílica de Santa María, donde la imagen de nuestro patrono San Sebastián preside el retablo mayor.

“A mal tiempo buena cara”, dice el conocido refrán; y hétenos aquí un año más, celebrando nuestra fiesta patronal de San Sebastián en medio de unas condiciones meteorológicas nada favorables, con la convicción decidida de quien no se arredra ante las adversidades, sino que está dispuesto a vivir la fiesta con entusiasmo, haciendo de la necesidad virtud; e incluso, dispuestos a aderezar nuestro ánimo con un toque de sentido del humor hacia nosotros mismos y hacia nuestras circunstancias.

Sí, acaso las condiciones meteorológicas adversas puedan convertirse, en un día como hoy, en una parábola de la vida, que nos ayude a reflexionar sobre nuestra propia existencia. La lucha frente a las adversidades forma parte del escenario que Dios ha dispuesto para nuestra santificación. Decía San Agustín: “Nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones”. O como decía San Pío de Pietrelcina: “Si se consigue vencer la tentación, ésta produce el efecto de un lavado en la ropa sucia”… Ciertamente, cuando la adversidad es afrontada con decisión, nuestra situación posterior ya no es la misma que teníamos anteriormente, sino que, a buen seguro, en nosotros se ha producido un crecimiento interior.

En nuestra existencia arrastramos numerosas deficiencias y carencias, de forma que solo podremos llegar a la madurez, si superamos la indolencia, la inercia, y la inconstancia… Por ello, una de las claves principales de la vida espiritual es la perseverancia. De hecho, la perseverancia es la virtud por la que todas las demás virtudes dan su fruto. Alguien afirmó que la gota horada la roca, no por su fuerza sino por su constancia.

Ahora bien, no hagamos una lectura equivocada de estas reflexiones. Nuestro problema principal no suele ser tanto el de la fuerza de voluntad, cuanto el del descubrimiento de un sentido en la vida. Decía Eloi Leclerc, autor de una de las joyas contemporáneas de la espiritualidad, “Sabiduría de un pobre”: “Las tentaciones no se vencen luchando, sino adorando”. Tal vez podríamos matizar que ambas cosas son necesarias: adorar y luchar. Es decir, descubrir un sentido capaz de mover nuestra voluntad; de incentivarnos en la lucha contra la mediocridad.

Por ello, el perseverante no es tanto el terco o el obstinado, cuanto el que constantemente se maravilla de los dones de Dios. En realidad, el perseverante no es otro que el amante, el que ama. Y el quehacer fundamental de nuestra vida es aprender a amar correctamente, con abnegación, con constancia, con fidelidad…

Intentando profundizar en estos conceptos, hago mías unas reflexiones del entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge María Bergoglio, quien en los ejercicios espirituales predicados a los obispos españoles, iluminaba de la siguiente forma esta llamada al amor perseverante: “«Quiero» se opone a la veleidad. «Deseo» se opone a la acedia. «Determinación deliberada» se opone a la inconstancia”.

Digámoslo de otra forma: la perseverancia acontece cuando nuestros deseos superan la desidia; cuando nuestra voluntad ordena la multitud de deseos, y cuando el amor de Dios llega a mover nuestra voluntad.

Ser mártir significa ser perseverante. Más aún, la perseverancia es el martirio al que todos estamos llamados. Sí, aunque no estemos familiarizados con esta afirmación, la perseverancia conlleva también un cierto martirio en forma de purificación y de sacrificio de nuestra veleidad, frivolidad, vanidad, inconsecuencia, etc.

Al igual que San Sebastián, tampoco nosotros estamos solos. El martirio no sería posible sin la viva conciencia de la presencia de Dios junto a cada uno de nosotros, especialmente en los momentos más difíciles. De esta forma podremos decir en verdad, como hemos comenzado esta homilía: “A mal tiempo buena cara”.

Esta es la meta de la perseverancia: llegados al final de nuestra existencia, poder mirar hacia atrás, descubriendo en todas las circunstancias de la vida a Dios como nuestro constante compañero. Mientras tanto, continuamos nuestra carrera, tal y como dice San Pablo: “Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.” (Flp 3, 13-14).

A nuestro patrono San Sebastián, así como a nuestra patrona la Virgen del Coro, les pedimos el don de la perseverancia. ¡¡Feliz día de San Sebastián!!

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