Doce comentarios a los que todo católico debería saber responder

Traducido por Eulalos Traduccions (www.eulalos.com)

1. «No existe la verdad absoluta. Lo que es cierto para ti puede que no sea cierto para mí».

La gente utiliza mucho este argumento cuando no están de acuerdo con una afirmación y no tienen ninguna otra forma de apoyar su idea. Después de todo, si no hay nada cierto para todo el mundo, entonces pueden creer lo que quieran y no puedes decir nada para hacer que cambien de opinión. Pero volvamos a esta afirmación: «No existe la verdad absoluta». ¿Acaso no es, en sí misma, una afirmación absoluta? En otras palabras, aplica alguna norma o estándar a todo tipo de gente (precisamente lo que los relativistas consideran imposible). Así, en la mera expresión de su teoría, deshacen su propio argumento.

El otro problema que tiene esta afirmación es que ningún relativista se la cree realmente. Si alguien te dijera que «no hay ninguna verdad absoluta» y tú le propinaras un puñetazo en el estómago, seguramente se lo tomaría mal. Pero por sus propias convicciones, tendría que aceptar que, aunque para él dar puñetazos en el estómago esté mal, quizás para ti no es algo malo. Aquí es cuando vuelven con una enmienda sobre la afirmación original, y dicen: «Mientras no hagas daño a nadie, eres libre de hacer y creer lo que quieras». Pero se trata de una distinción arbitraria (a la vez que otra afirmación absoluta). ¿Quién dice que no puedo hacer daño a los demás? ¿Qué es lo que define un «daño»? ¿De dónde proviene esta regla? Si se hace esta afirmación en base a una preferencia personal, entonces no significa nada para nadie más. En sí, «no hacer daño» es un llamamiento a algo más grande, a algún tipo de dignidad para la persona humana. Pero, ¿cuál es el origen de esta dignidad?

Como podéis ver, cuanto más profundizamos en estas cuestiones, más nos acercamos a comprender que nuestros conceptos de bien y verdad no son arbitrarios, sino que están basados en una verdad universal, más grande, más allá de nosotros mismos, una verdad escrita en la propia naturaleza de nuestro ser. Puede que no la conozcamos en su totalidad, pero no se puede negar que esa verdad existe.

2. «El cristianismo no es mejor que cualquier otra fe. Todas las religiones llevan a Dios».

Ésta la habréis oído como mínimo una docena de veces. Por desgracia, la persona que sostiene esta tesis es, en muchos casos, un cristiano (como mínimo, de nombre). Los problemas de esta visión son bastante claros. El cristianismo realiza una serie de afirmaciones sobre Dios y el hombre: Que Jesús de Nazaret era Dios mismo, que murió y resucitó para que fuéramos liberados de nuestros pecados. Cualquier otra religión del mundo niega todos estos puntos. Así pues, si el cristianismo es correcto, entonces dice una verdad vital para el mundo, una verdad rechazada por todas las demás religiones. Sólo esto ya hace que el cristianismo sea único.

Pero la cosa no termina aquí. Recordemos la declaración de Jesús en el Evangelio de Juan: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie llega al Padre si no es a través mío». En el cristianismo, tenemos la revelación plena de Dios a la humanidad. Es cierto que todas las religiones contienen cierta medida de verdad (el grado varía según la religión). Sin embargo, si de verdad queremos seguir y alabar a Dios, ¿no deberíamos hacerlo de la forma que Él prescribió? Si Jesús es realmente Dios, entonces sólo el cristianismo tiene la totalidad de esta verdad.

3. «El Antiguo y el Nuevo Testamento se contradicen mutuamente en varias ocasiones. Si un Dios omnipotente inspiró la Biblia, nunca habría permitido estos errores».

Esta observación es bastante común, y se encuentra por todo Internet (sobre todo en sitios web ateos y de libre pensamiento). Un artículo en las páginas web ateas americanas destaca que «lo que es increíble sobre la Biblia no es su autoría divina, sino que alguien pudiera haberse creído que semejante cúmulo de despropósitos hubiera sido escrito por un Dios omnipotente». Normalmente, a esta afirmación, le siguen una lista de «contradicciones» bíblicas. Sin embargo, la enumeración de estas supuestas contradicciones en sí comete unos errores bastante básicos. Por ejemplo, al leer los libros de la Biblia, los críticos no suelen tener en cuenta el género en el que fueron escritos. Después de todo, la Biblia es una recopilación de distintos tipos de escritura: historia, teología, poesía, material apocalíptico. Si intentamos leer esos libros con la misma pasividad con que nos acercamos a un periódico moderno, ello sólo nos generará una gran confusión.

Y la lista de «contradicciones» bíblicas lo confirma. Tomemos, por ejemplo, el primer elemento de la lista planteada por la Liga de Ateos Americanos: «Acuérdate del día del Sabbath para santificarlo» (Éxodo 20:8); y en cambio…: «Uno distingue un día de otro día, otro considera todos los días iguales; cada uno proceda según su propia opinión» (Romanos 14:5). ¡Ahí!, grita el ateo, existe una clara contradicción. Pero lo que está ignorando el crítico es algo que sabe cada cristiano: Cuando Cristo instituyó la Nueva Alianza, los requisitos ceremoniales de la Antigua se cumplieron (y pasaron). Por tanto, tiene mucho sentido que las antiguas reglas ceremoniales del Antiguo Testamento dejasen de valer para las gentes de la Nueva Alianza. Si el crítico hubiera entendido este sencillo principio de la cristiandad, no habría caído en este error tan elemental.

El siguiente elemento de la lista de argumentos aportada por la Liga de Ateos Americanos cae en el mismo error: «…Y la Tierra subsiste siempre» (Eclesiastés 1:4); y en cambio, según el colectivo no creyente, el Nuevo Testamento apunta que «la Tierra, con sus elementos y las obras contenidas en ella, serán quemadas». Así pues, el Antiguo Testamento declara que la Tierra durará para siempre, mientras que el Nuevo dice que, a la larga, será destruida. ¿Cómo podemos armonizar ambas afirmaciones? De hecho, es bastante fácil, y de nuevo volvemos a la comprensión del género en el que fueron escritos ambos libros.

Por ejemplo, el Eclesiastés contrasta las visiones del mundo seglares con las religiosas, y la mayoría de ellas están escritas desde un punto de vista seglar. Por esta razón, encontramos frases como «el pan ha sido hecho para reír, el vino alegra la vida y el dinero es la respuesta para todo» (Eclesiastés 10:19). Sin embargo, al final del libro, el escritor da la vuelta a la moneda, apartando toda la «sabiduría» que nos había ofrecido y recomendándonos esto: «Sed temerosos de Dios y guardad sus mandamientos, puesto que éste es todo el deber de un hombre» (12:13). Si el lector se detiene antes de llegar al final, estará tan confundido como el crítico de la Liga de Ateos Americanos. Sin embargo, teniendo en cuenta que el punto de vista que dio vida a la noción de la Tierra eterna es rechazado en las últimas líneas del libro, lógicamente no encontramos contradicción alguna con lo que fue revelado más tarde en el Nuevo Testamento. De hecho, éste sólo es uno de los argumentos que desmienten la supuesta contradicción.

Las otras «contradicciones» entre el Antiguo y el Nuevo Testamento pueden ser contestadas de forma parecida. En casi todas las ocasiones, los críticos que las consideran confunden el contexto, ignoran el género y no conceden ningún espacio para la interpretación razonable. Estas listas no deberían alterar a ningún cristiano con pensamiento propio.

4. «No necesito ir a la iglesia, mientras sea una buena persona: Eso es lo que realmente importa».

Este argumento se utiliza con frecuencia y contiene bastante poca ingenuidad. Cuando alguien dice que es una «buena persona», lo que quiere decir realmente es que no es «una mala persona». Gente mala es un atributo asociado a los que matan, violan y roban. La mayoría de personas no tienen que realizar grandes esfuerzos para evitar estos pecados, y ésta es la idea: Queremos el mínimo trabajo posible para ir tirando. No suena muy cristiano, ¿verdad? Pero dejando las mentalidades de lado, hay una razón mucho más importante por la cual los católicos van a la iglesia, a parte del ejercicio que hacen al caminar hasta allí. La Misa es la piedra angular de nuestra vida, por lo que la fe yace en su corazón: la Eucaristía. Se trata de la fuente de toda vida para los católicos, que creen que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre reales de Cristo. No se trata sólo de un símbolo de Dios. Dios se hace físicamente presente en nosotros de una forma que no experimentamos sólo a través de la oración.

Jesús dijo: «En verdad os digo, a no ser que comáis el cuerpo del Hijo del hombre y bebáis su sangre, no tendréis vida en vosotros; el que coma mi cuerpo y beba mi sangre tendrá vida eterna, y yo le levantaré en el último día » (Juan 6:53-54). Estamos haciendo honor al mandamiento de Jesucristo y confiando en esa promesa cada vez que vamos a Misa. Es más, la Eucaristía (junto con todos los otros Sacramentos) sólo está disponible para los que están en la Iglesia. Como miembros de la Iglesia, el cuerpo visible de Cristo aquí en la Tierra, nuestras vidas están íntimamente ligadas a las de los demás en esa Iglesia. Nuestra relación personal con Dios es vital, pero también tenemos la responsabilidad de vivir como miembros fieles del cuerpo de Cristo. Limitarse a ser una «buena persona» no es suficiente.

5. «No necesitas confesar tus pecados a un sacerdotes. Puedes hacerlo directamente con Dios».

Como antiguo ministro baptista que fui, puedo entender la objeción protestante a la confesión (los creyentes de esta confesión tienen un concepto distinto del sacerdocio). Pero que un católico diga esto… es desalentador. Sospecho que, siendo como es la naturaleza humana, a la gente no le gusta ir contando sus pecados a otras personas y, por tanto, se inventan justificaciones para no hacerlo. El Sacramento de la Confesión ha estado con nosotros desde el principio, y viene de las palabras del propio Cristo: «Jesús volvió a decirles, La Paz esté con vosotros. Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros». Y cuando dijo esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quines se los retengáis, les serán retenidos» (Juan 20:21-23). Cabe destacar que Jesús da a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados. Naturalmente, no sabrían qué pecados perdonar si no les DECÍAN cuáles eran los pecados en cuestión.

La práctica de la confesión también es evidente en la Carta de Santiago: «¿Está enfermo [alguno de vosotros]? Que llame a los presbíteros de la Iglesia para que recen por él y lo unjan con aceite en nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo restablecerá y le serán perdonados los pecados que haya cometido. Confesaos los pecados unos a otros y rezad unos por otros, para que os curéis» (Santiago 5:14-16). Resulta interesante constatar que, en ningún momento, ni Santiago ni Jesús nos dicen que debemos confesar nuestros pecados sólo a Dios. Más bien parece que piensan que el perdón viene a través de algún tipo de confesión pública. Y no es difícil entender por qué. Cuando pecamos, rompemos nuestra relación no sólo con Dios sino también con su Cuerpo, la Iglesia (dado que todos los católicos están interconectados como hijos de un Padre común). Por tanto, cuando pedimos perdón, debemos hacerlo a todas las partes que están involucradas, es decir, Dios y la Iglesia.

Pensadlo de esta manera. Imaginad que entráis en una tienda y robáis algo. Más tarde, sentís remordimientos y os arrepentís de ese acto. Ahora podéis rezar a Dios para que os perdone por haber roto su mandamiento. Pero queda otra parte involucrada: Deberéis devolver el objeto y hacer restitución por vuestra acción. Pasa lo mismo con la Iglesia. En el confesonario, el sacerdote representa a Dios y a la Iglesia, ya que nosotros hemos pecado contra ambos. Y cuando él pronuncia las palabras de absolución, nuestro perdón es completo.

6. «Si la Iglesia siguiera verdaderamente a Jesús, venderían sus lujosas obras de arte, sus propiedades y arquitectura, y darían el dinero a los pobres».

Cuando algunas personas piensan en la Ciudad del Vaticano, lo que les viene a la cabeza automáticamente es un reino lleno de riqueza, completado con unos aposentos palaciegos para el Papa y cofres repletos de oro escondidos en cada esquina, sin mencionar la fabulosa colección de arte y artículos de inestimable precio. Si lo vemos de esta manera, es fácil entender que la gente se indigne por lo que consideran una muestra ostentosa y derrochadora de riqueza. Pero la verdad es muy distinta. Aunque los edificios principales se llaman el «Palacio del Vaticano», no fueron construidos para ser los aposentos lujosos del Papa. De hecho, la parte residencial del Vaticano es relativamente pequeña. La mayor parte del Vaticano está consagrada al arte y a la ciencia, a la administración del negocio oficial de la Iglesia y a la gestión del Palacio en general. Unos cuantos oficiales administrativos de la Iglesia viven en el Vaticano con el Papa, lo cual convierte a este lugar más bien en la oficina central de la Iglesia.

En cuanto a la impresionante colección de arte, ciertamente una de las más valiosas del mundo, el Vaticano la considera un «tesoro irremplazable», pero no en términos monetarios. El Papa no es el «propietario» de esas obras de arte, y no podría venderlas ni aunque quisiera. Sólo están al cuidado de la Santa Sede. El arte ni siquiera otorga riqueza a la Iglesia. De hecho, es más bien lo contrario. La Santa Sede invierte una parte de sus recursos en el mantenimiento de la colección. La verdad de la cuestión es que la Sede tiene un presupuesto financiero bastante limitado. Entonces, ¿para qué mantener el arte? La respuesta se remonta a una creencia en la misión de la Iglesia (una de tantas) como fuerza civilizadora en el mundo. Así como los monjes medievales transcribieron cuidadosamente los textos antiguos para que estuvieran al alcance de las futuras generaciones (textos que, de cualquier otra forma, se habrían perdido para siempre) la Iglesia sigue velando por las artes para que no sean olvidadas con el tiempo. En nuestra actual cultura de la muerte, donde el término «civilización» sólo puede ser utilizado de forma muy relativa, la misión civilizadora de la Iglesia es más importante que nunca.

7. «La inconformidad es algo positivo, ya que todos deberíamos mantener nuestras mentes abiertas a nuevas ideas».

Puede que hoy en día oigáis mucho esta frase, especialmente con el despertar de los escándalos por abusos en la Iglesia. Todo el mundo quiere encontrar una solución al problema y, al intentar hacerlo, algunas personas defienden ideas que están fuera de la enseñanza de nuestra fe católica (por ejemplo, el sacerdocio femenino, la apertura a la homosexualidad, etc.). Mucha gente culpa a la Iglesia por ser demasiado rígida en sus creencias y por no querer probar nada nuevo. Lo cierto es que muchas de las ideas a favor de algunas reformas que están en el aire no son nuevas. Ya fueron planteadas hace tiempo, y la Iglesia las consideró. De hecho, la Iglesia ha pasado la totalidad de su vida examinando cuidadosamente las distintas ideas y determinando cuales están en línea con la ley de Dios y cuáles no. Ha rechazado herejía tras herejía, mientras construía concienzudamente los principios de la fe. No debería ser una sorpresa que existan otras miles de Iglesias cristianas actualmente, puesto que, en un momento dado, todas ellas tuvieron «nuevas ideas», hasta el punto de encontrarse fuera de los principios de fe.

La Iglesia tiene la gran responsabilidad de proteger la integridad de nuestra fe. Nunca rechaza ideas porque sí, como dirían algunos detractores, sino que, detrás de las creencias que defiende como ciertas, yacen 2.000 años de oración y estudio. Esto no significa que tengamos que estar de acuerdo con todo. Siempre se puede discutir sobre la mejor forma de profundizar en la verdad; por ejemplo, cómo podemos mejorar nuestras relaciones clero-laicado, siempre dentro de la línea de nuestra fe.

8. «Si se interpreta correctamente, la Biblia no condena la homosexualidad. Más bien rechaza la promiscuidad, ya sea homosexual o heterosexual. Por tanto, no tenemos motivos para oponernos a las relaciones de amor homosexuales».

A medida que la actividad homosexual gane aceptación en nuestra cultura, habrá más presión entre los cristianos para explicar la clara prohibición de la Iglesia al respecto. Ahora se trata de la línea liberal estándar la que proclama que la Biblia, cuando se interpreta correctamente, no prohíbe la actividad homosexual. Pero esta proclamación choca con claros pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

El primero, naturalmente, es la famosa historia de los ángeles enviados por Dios a Sodoma para visitar a Lot: «No se habían acostado todavía [los ángeles], cuando los hombres de la ciudad, los sodomitas, jóvenes y ancianos, todo el pueblo sin excepción, cercaron la casa. Llamaron a Lot y le dijeron: «¿Dónde están esos hombres que han venido a tu casa esta noche? Sácanoslos para que abusemos de ellos». Lot salió, cerró la puerta y les dijo: «Hermanos míos, os suplico que no cometáis tal maldad. Yo tengo dos hijas vírgenes; os las voy a sacar fuera, y haced con ellas lo que queráis; pero no hagáis nada a estos hombres, puesto que han entrado a la sobra de mi tejado. Ellos le respondieron: «¡Quítate de ahí!». Y se decían: «Éste vino aquí como emigrante, y quiere constituirse en juez; haremos contigo peor que con ellos.» Le empujaron violentamente y trataron de romper la puerta. Pero los dos hombres sacaron su brazo, metieron a Lot con ellos en casa y cerraron la puerta…» (Génesis 19:4-10).

Lo que nos comunica este pasaje es bastante claro. Los hombres de Sodoma eran homosexuales que querían tener relaciones con los hombres que estaban en la casa. Lot les ofreció a sus hijas, pero no les interesaron. Poco después, Sodoma fue destruida por Dios a causa de los pecados de sus gentes, es decir, sus actos homosexuales. Este hecho es confirmado en el Nuevo Testamento: «…Como a Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas que, al igual que aquéllas, se dedicaron a la lujuria y a la homosexualidad y quedaron como ejemplo, sujetas a la pena del fuego eterno» (Judas, 7). Pero desde luego, éstos no son los únicos pasajes de la Biblia que condenan la actividad gay. El Antiguo Testamento contiene otra condena nada ambigua: «No te acostarás con un hombre como se hace como una mujer; es una acción infame» (Levítico, 18:22).

Y estas declaraciones no se limitan al Antiguo Testamento. «Por eso Dios los abandonó a sus pasiones vergonzosas; pues, por una parte, sus mujeres cambiaron las relaciones naturales del sexo por otras contra la naturaleza. Por otra, también los hombres, dejando las relaciones naturales con la mujer, se entregaron a la homosexualidad, hombres con hombres, cometiendo acciones vergonzosas y recibiendo en su propio cuerpo el castigo merecido por su extravío» (Romanos 1:26-27). Para un cristiano liberal, es extremamente difícil explicar este pasaje. Aquí no se mencionan en ningún momento la promiscuidad o la violación gays;
más bien, Pablo carga contra CUALQUIER relación homosexual (que él describe como «no natural», «vergonzosa»). Los cristianos liberales se encuentran en un dilema. ¿Cómo se puede compatibilizar la homosexualidad con la Biblia? Por lo que parece, su solución es retirar de la Biblia su poder moral, y perderse en círculos retóricos intentando escapar a su claro mensaje.

9. «Los católicos deberían escuchar su propia conciencia en todas las cosas… ya sea el aborto, el control de la natalidad o la ordenación de mujeres».

Es cierto, el Catecismo lo dice muy claro: «El hombre tiene derecho a actuar en conciencia y en libertad para tomar decisiones morales personalmente». «No debe ser forzado a actuar en contra de su conciencia, ni se le debe prohibir que actúe según su conciencia, especialmente en temas de religión» (1782). Esta enseñanza es la base de lo que significa tener libre albedrío. Sin embargo, esto no significa que la conciencia esté libre de toda responsabilidad o que ignore la ley de Dios. Esto es lo que el Catecismo llama tener «una conciencia bien formada». El Catecismo otorga una gran responsabilidad a la conciencia de la persona: «La conciencia moral, en el corazón de cada persona, le conduce en el momento apropiado a hacer el bien y evitar el mal… Constituye un testigo de la autoridad de la verdad en referencia al Bien supremo al que tiende todo ser humano, y acoge los mandamientos. Al escuchar a su conciencia, el hombre prudente puede oír cómo Dios le habla» (1777).

Dicho de otra manera, nuestra conciencia no se limita a «lo que sentimos que está bien», sino que se trata de lo que juzgamos correcto basándonos en lo que sabemos por las enseñanzas de Dios y la Iglesia. Para realizar este juicio, tenemos la responsabilidad de estudiar y rezar estas enseñanzas muy detenidamente. El Catecismo contiene una sección enteramente dedicada a la cuidadosa formación de nuestra conciencia. Así de importante es a la hora de tomar decisiones correctas. Y al final, tanto si estamos en lo cierto como si no, vamos a tener que dar cuenta de nuestras acciones: «La conciencia nos permite asumir la responsabilidad de las acciones realizadas» (1781). Si está correctamente formada, nos ayuda a ver cuándo hemos hecho algo mal y se nos deben perdonar los pecados.

Mediante la búsqueda de una conciencia totalmente formada, experimentamos una gran libertad, porque estamos acercándonos a la Verdad infinita de Dios. No se trata de una traba o de algo que nos impide hacer lo que queremos, sino una guía que nos ayuda a hacer lo que está bien. «La educación de la conciencia garantiza la libertad y conlleva la paz del corazón» (1784).

10. «Los métodos naturales de planificación familiar son sólo la versión católica del control de natalidad».

Los métodos naturales tienen detractores en todos los ámbitos y lugares. Algunos creen que es una alternativa poco realista al control de la natalidad (que, por otra parte, no consideran incorrecto), mientras otros opinan que está tan mal como el control de la natalidad. Los métodos naturales han tenido que caminar por una frágil línea entre ambos extremos. En primer lugar, el principal problema que tiene el control de la natalidad es que actúa contra la naturaleza de nuestros cuerpos y de la naturaleza en general. Su fin es desvincular el acto (sexo) de su consecuencia (embarazo), básicamente reduciendo la sacralidad del sexo a la mera búsqueda del placer.

Si se utiliza para buenos fines, el control de la natalidad es una herramienta que se usa para discernir si una pareja tiene los medios (ya sean financieros, físicos o emocionales) para aceptar un bebé en sus vidas. Ello implica una comprensión del propio cuerpo, una cuidadosa evaluación de nuestra situación en la vida, discutir el tema con el cónyuge y, por encima de todo, oración. Más que desvincularse de la realidad plena del sexo, se trata de adentrarse en una comprensión más profunda de todos los aspectos implicados. La gente que defiende el control de la natalidad apunta a las personas que no pueden permitirse tener más niños o a aquellos cuya salud puede estar en peligro en caso de otro embarazo. Pero estas razones son perfectamente legítimas para recurrir a los métodos naturales, y se trata de situaciones en las que éstos serían totalmente efectivos, además de estar aprobados por la Iglesia.

Otras personas opinan que recurrir a cualquier tipo de control sobre la medida de la familia es jugar con Dios y no dejarle que sea Él quien provea para nosotros como Él crea conveniente. Es cierto que debemos confiar en Dios y aceptar siempre las vidas que nos envía, pero ello no significa que no debamos intervenir para nada en la cuestión.

Por ejemplo, en lugar de ir tirando el dinero por ahí diciendo «Dios proveerá», las familias deben llevar un riguroso control de su economía e intentar no despilfarrar. Los métodos naturales son como ese presupuesto, que nos ayuda, mediante la oración, a reflexionar sobre nuestra situación en la vida y actuar en consecuencia. Es parte de nuestra naturaleza humana comprendernos a nosotros mismos y utilizar nuestro intelecto y nuestra voluntad, en lugar de esperar pasivamente a que Dios se ocupe de todo. Estamos llamados a ser buenos administradores de los talentos que nos han sido dados, y debemos tener cuidado de no tratar esos talentos de forma descuidada.

11. «Una persona puede defender el derecho al aborto y ser católica al mismo tiempo».

Quizás sea éste uno de los mitos más comunes que los católicos mantienen sobre su fe, pero también se trata de uno de esos en los que más fácilmente caen. El Catecismo no tiene pelos en la lengua al hablar del aborto: Se encuentra en la lista de homicidios, dentro de los crímenes contra el quinto mandamiento, «no matarás». El siguiente pasaje lo clarifica: «La vida humana debe ser absolutamente respetada y protegida desde el momento de la concepción» (2270). «Desde el siglo I, la Iglesia ha afirmado el mal moral de todo aborto provocado voluntariamente. Esta enseñanza no ha cambiado y permanece invariable» (2271). «La cooperación formal en un aborto constituye una ofensa grave. La Iglesia vincula el castigo canónico de la excomunión a este crimen contra la vida humana» (2272).

Se puede decir más alto pero no más claro. Sin embargo, puede que algunas personas argumenten que ser partidario de la libre elección no significa estar a favor del aborto. Muchas personas piensan que el aborto es malo, pero no quieren forzar a los demás a tener la misma opinión. Ahí está de nuevo el argumento de «lo que es verdad para ti quizás no es verdad para mí». La Iglesia también tiene respuesta para ello: «Los derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados por la sociedad civil y por la autoridad política. Estos derechos humanos no dependen ni de unas cuantas personas ni de los padres. Tampoco representan una concesión hecha por la sociedad y el Estado, sino que pertenecen a la naturaleza humana, y son inherentes a la persona en virtud del acto creador en el que la persona tiene su origen» (2273).

La santidad de vida es una verdad universal que nunca puede ser ignorada. Aconsejar a alguien que aborte, o incluso votar a un político que favorecería la causa del aborto, es un grave pecado, porque conduce al pecado mortal, lo que el catolicismo llama escandalizar (2284). La Iglesia se sitúa con fuerza y claridad en contra del aborto y, como católicos, nosotros también debemos comprometernos.

12. «Los recuerdos que algunas personas tienen de sus vidas pasadas demuestran que la reencarnación existe y que lo que no existe es la visión cristiana del Cielo y el Infierno».

En una sociedad que cada vez se deja fascinar más por todo lo relativo a fenómenos paranormales, es comprensible que estos supuestos «recuerdos de vidas pasadas» vayan en aumento. De hecho, ya existen organizaciones que se dedican a ayudar a la gente a viajar por sus vidas previas a través de la hipnosis. Puede que esto sea convincente para algunos, pero seguro que no lo es para cualquiera que esté familiarizado con el funcionamiento de la hipnosis. Desde casi el principio, los investigadores se dieron cuenta de que los pacientes que se encontraban en un estado de hipnotización profunda tienden a urdir toda una elaboración de historias y recuerdos que posteriormente resultan ser falsos. Los terapeutas con más reputación son bien conscientes de este fenómeno y valoran con prudencia lo que dice un paciente hipnotizado.

Por desgracia, éste no es el caso de los que están interesados en encontrar «pruebas» de la reencarnación. Quizás el mejor ejemplo de esta falta de rigor es el famoso caso de Bridey Murphy. Para los que no conozcáis el asunto, he aquí una pequeña referencia: En el año 1952, una ama de casa de Colorado, de nombre Virginia Tighe, fue hipnotizada. Empezó a hablar en un acento regional irlandés, y declaró que había sido una mujer llamada Bridey Murphy que había vivido en Cork (Irlanda). Su historia fue convertida en un best-seller, En busca de Bridey Murphy, y fue un éxito de masas. Los periodistas registraron toda Irlanda, en busca de cualquier persona o indicio que pudiera confirmar la verdad de este retorno a una vida pasada. Y aunque no lograron dar con ninguna prueba, el caso de Bridey Murphy sigue utilizándose como argumento de peso a favor de la reencarnación.

Y es una pena, ya que hace décadas que fue descubierto el fraude de Virginia Tighe. Juzgad vosotros mismos: Los amigos de la infancia de Virginia recordaban su activa imaginación, su capacidad para inventar complejas historias (muchas veces alrededor del acento irlandés imitado que había perfeccionado). Es más, tenía un gran aprecio por Irlanda, en parte debido a una amistad con una mujer irlandesa, cuyo nombre de pila era (sí, lo habéis adivinado) Bridie. Pero no acaba aquí: Virginia llenó sus narraciones hipnóticas con muchos elementos de su propia vida (sin revelar los paralelismos al hipnotista). Por ejemplo, Bridey dijo por escrito a un «tío Plazz» que algunos ávidos investigadores dedujeron que era una evolución del gaélico «tío Blaise». Pero su entusiasmo se vio decepcionado cuando se descubrió que Virginia tuvo un amigo de la infancia al que llamaba Tío Plazz.

Cuando Virginia, hipnotizada, empezó a bailar una giga irlandesa, los investigadores estaban asombrados. ¿Cómo era posible que una ama de casa de Colorado hubiera aprendido la giga? El misterio fue resuelto cuando se comprobó que Virginia había aprendido ese baile de pequeña. Como muestra el caso de Bridey Murphy, las afirmaciones sobre retornos a vidas pasadas siempre impresionan más que la realidad. Hasta el día de hoy, no existe un solo ejemplo verificable de una persona que haya vuelto a una vida anterior. Desde lue

Subscriu-te al Butlletí

¿Quieres decirnos algo?

Tu nombre (obligatorio)

Tu email (obligatorio)

Tu teléfono

Tu mensaje

Accepto la política de privacidad

captcha