¿Y ahora nos moveremos unidos?

Las pasadas elecciones generales han significado un cambio tan súbito e inesperado que lógicamente tiene que ser traumático para todos aquellos, que son muchos, cerca de diez millones, que confiaban en el Partido Popular (PP) para gobernar. Una cifra todavía superior puede traducir tamaña y rápida transformación en entusiasmo. Son los depositarios de su confianza en el Partido Socialista PSOE). Ahora el futuro Gobierno de estos últimos va anunciando toda una batería de medidas que lógi…

Las pasadas elecciones generales han significado un cambio tan súbito e inesperado que lógicamente tiene que ser traumático para todos aquellos, que son muchos, cerca de diez millones, que confiaban en el Partido Popular (PP) para gobernar. Una cifra todavía superior puede traducir tamaña y rápida transformación en entusiasmo. Son los depositarios de su confianza en el Partido Socialista PSOE). Ahora el futuro Gobierno de estos últimos va anunciando toda una batería de medidas que lógicamente deben sembrar la inquietud en el campo católico. Desde la reducción (otra vez) de la religión a una asignatura «maría» hasta el maltrato a los centros concertados, pasando por el matrimonio y la adopción homosexual y un largo etcétera. Por cierto, y como inciso, si la religión es tan trivial que no merece la más mínima consideración académica, no se entiende por qué tantos dirigentes políticos acuden al unísono a celebrar los funerales por los asesinados en Madrid, cuando por lógica éste debería ser un acto compartido sólo por los que procesan de verdad la misma fe. El absurdo o la hipocresía, o quizás ambas cosas, forman parte en una medida desaforada de nuestra vida política.

Pero continuando con el hilo del comentario, debemos asumir que el desasosiego que de entrada generan los propósitos socialistas no es nada más que el anuncio de lo que era una evidencia, nacida de su iniciativa, pero también de la debilidad del sujeto católico español. El PP ha aparecido, a los ojos de muchas personas de buena fe, como el refugio de la defensa del sentido cristiano, pero eso desgraciadamente no ha sido cierto. Es evidente que ha frenado muchísimas medidas, desde la ampliación de los supuestos despenalizadores del aborto hasta el matrimonio homosexual, que de otra manera habrían prosperado, pero también lo es que han adoptado (o han dejado de hacerlo) otras de una magnitud excesiva. Sin afán de memorial de agravios, porque no es éste el objeto ahora, señalemos algunas: el apoyo desmedido a la guerra de Irak, con una discrepancia frontal con el Magisterio de la Iglesia, o el hecho de que ahora España ya sea uno de los pocos países europeos donde se pueda investigar con células embrionarias, pero quizás no resulte tan evidente el escándalo del crecimiento exponencial de los abortos durante los mandatos de José María Aznar, en un claro fraude de ley, conocido, hecho público por los medios de comunicación, y donde jamás ni la inspección de sanidad ni sobre todo la Fiscalía, a quien corresponde, han intervenido para nada.

Quizás ahora aprendamos de una vez por todas que no es en un poder político condescendiente en quien puede confiar la Iglesia, sino en su capacidad para mover a la sociedad, a amplios sectores de la misma, a favor de causas que, en definitiva, redundan en beneficio del ser persona. En este ámbito, quienes manifestamos la mayor desidia somos los laicos, porque es a nosotros a quien nos corresponde organizarnos y hacer oír la voz de los católicos de una forma clara, eficaz y potente en la vida publica. Hemos vuelto a una época de movilizaciones y conciencia colectiva, para bien y para mal, y eso dependerá de la forma de proceder y de los objetivos. Si no nos damos cuenta de que debemos estar ya presentes, es que la indiferencia o el error ha cegado nuestros ojos.

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