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El rugby en un extraordinario deporte dotado de un poderoso efecto educativo, el mayor entre los juegos de equipo. Se trata de una competición en la que abunda el impacto físico, y para que pueda practicarse existen unas reglas que se aplican a rajatabla, porque de lo contrario el juego de la pelota oval sería imposible. Pero, obviamente, las reglas no bastan, es necesario que los jugadores formen su carácter en el autocontrol ante la respuesta instintiva violenta. Las escuelas de rugby que enseñan el juego a los niños trabajan para conseguirlo. Una de sus máximas es enseñar el respeto al equipo opuesto. Les educan en pensar que no juegan contra el otro, sino que juegan con él y que, con independencia del resultado, deben estarles agradecidos, porque sin el equipo de enfrente, no habría partido, no se podría jugar al rugby. Es otra versión de la necesaria amistad civil aristotélica, sin la que la democracia no es posible. Leer más.