La intimidación frustrada a una parroquia

De Josep  Miró i Ardèvol

Les  Corts es un distrito de Barcelona que se constituyó en municipio independiente en 1850 y fue agregado a Barcelona en 1897, junto con otras poblaciones colindantes como  la Vila de Gracia. Eran núcleos con una fuerte personalidad y vitalidad, que se siguen manteniendo en sus cascos históricos y  en sus centros municipales, que son el recuerdo vivo de sus ayuntamientos de otra época.

La Parroquia central de Les Corts es Santa Maria del Remei, que se encuentra en una agradable plaza que tiene un nombre bien adecuado: Plaza de la Concordia. Data de 1840 y fue construida en estilo modernista, si bien como otras muchas de Barcelona, fue incendiada en 1936, y reconstruida  durante la postguerra y reformada en cuatro ocasiones.

Es una parroquia viva, dinámica, desde hace años, especialmente con el anterior rector, hoy responsable de formación en el Seminario de Barcelona, Mn. Pere Montagut y el actual,  Mn Joan Costa, gran especialista en doctrina social de la Iglesia y delegado de la Pastoral Social y Caritativa del Arzobispado. Ha  mantenido una dinámica pastoral y litúrgica extraordinariamente fructífera, como muestra no solo la numerosa participación de fieles, sino la abundancia de jóvenes de diversos grupos que participan en ella, entre los que sin duda destacan las Guías y Scouts de Europa. También, de un tiempo a esta parte, acoge uno de los núcleos que impulsan los recesos de Emaús y Efetá, cuyo éxito es una bendición de Dios.

Pues bien, el viernes 31 de marzo, las feministas convocaron una manifestación de protesta y en defensa del aborto en la plaza y ante la iglesia, que vino precedida de unas pintadas en el suelo, ante su entrada. El tono de los mensajes previos era notablemente agresivo y blasfemo.

Acudí a la parroquia con la que mantengo una relación de hace muchos años, por razones de amistad con sus párrocos, y también, y no es un dato menor, porque mis hijos vivieron el escultismo en ella. No es mi parroquia, pero acudo en ocasiones. Y este viernes 31 me acerqué con la idea de acudir a la misa vespertina y participar en la Adoración.

Cuando llegué, el espectáculo de la plaza era interesante. En una parte de la misma se habían concentrado una cuarentena, más bien escasa, de mujeres sobre todo de mediana edad y para ser amable digamos que, con abundancia de maduras, muy maduras; quizá había un par o tres de hombres entre ellas. Llevaban dos pancartas, unos tambores, algunos silbatos, dos cruces blasfemas, dos megáfonos y metían todo el ruido que podían, si bien a pesar de los adminículos y de la buena sonoridad de la plaza era tirando a modesto, de manera que, en el interior de la Iglesia, donde había más de un centenar de personas rezando, resultaba casi inaudible.

Frente a las mujeres gritonas y con propensión a la cutrerío, sea dicho con respeto y con estricto afán descriptivo, en las escaleras que acceden al templo, una treintena larga de hombres jóvenes y de mediana edad, de todo tipo y perfil, aunque destacaban gente de notable corpulencia, permanecían  frente a ellas.  Con una primera fila de rodillas rezando, Rosario en  mano. Algunos destacaban por su tamaño y barbas, que hubieran resultado amenazantes si no fuera porque llevaban en brazos a sus hijos de muy corta edad.  En medio se encontraba el joven vicario de la parroquia. Permanecían silenciosos a pesar de los gritos, insultos, blasfemias y malos gestos de la mujeres, cuya intención amenazante era provocar  y amedrentar, visto los visto, con un éxito nulo. De tanto en tanto los hombres lanzaban un grito seco y potente en favor de los hijos o de sus madres. Solo eso.

La  concentración feminista pro aborto, al margen anecdótico de manifestar las limitaciones físicas de una parte de las representantes en algunos de sus pretendidos bailes, resultaba más bien de perfil chillón y un tanto histérico, sin necesidad, porque nadie les decía nada. Para un observador no comprometido, el contraste era fuerte, y se reflejaban en dos formas de entender la vida y la verdad. A uno le quedaba, ideas al margen, muy lejos la ética y la estética de aquellas señoras manifestantes.

En medio de ambos grupos había un gran espacio y en los extremos de la plaza, a derecha e izquierda, podían verse dos pequeñas unidades de los Mossos d’Esquadra y uno de la Guardia Urbana, que no tuvieron el más mínimo trabajo.

Y en aquel espacio vacío, que separaba las mujeres gritonas de los hombres tranquilos, un hombre solo,  mirada fija en el suelo, paso reposado, Rosario en la mano, recorría rezando una y otra vez la plaza en toda su longitud. Se trataba de un genial publicista y bueno amigo que, de esta manera, daba un testimonio orante ante a aquellas señoras  que tenían necesidad de blasfemar a grito pelado.

Pasada una hora, más o menos, recogieron las pancartas y se fueron.

Ante la agresión, la blasfemia, la provocación, el insulto, es necesario responder y no esconderse.  Estar presentes de la manera más apropiada, sin miedo, con respeto, sobre todo sin afán de enfrentar provocación a provocación, sino con el estilo que se vivió en la parroquia de Santa Maria del Remei. Con firmeza y espíritu pacífico (aunque a algunos la procesión podía irles por dentro), con el testimonio de la presencia y la oración. Ni agresivos, ni provocadores. Pero tampoco invisibles, ausentes, desaparecidos.  Presentes sabiendo, como dice la Primera Epístola de Pedro (3.13).”Si os preocupáis de hacer el bien quién nos podrá hacer el mal. Más todavía. Si tenéis que sufrir por el hecho de ser justos, felices de vosotros. No tenéis que temer a la otra gente ni temblar ante ellos”.

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