Las condiciones de la vida pública para la evangelización
Evangelizar significa muchas cosas. Y una de ellas, muy abandonada, significa que no es lícito en una sociedad democrática renunciar al ethos cristiano, su significado y toda pretensión de exponerlo, proponerlo y convencer.
Nuestra intención no es abordar la cuestión de la práctica de la evangelización, que dispone de voces y textos mucho más completos y experimentados de lo que aquí podamos decir ahora. No, lo que nos interesa presentar son las condiciones en las que se desarrolla la evangelización, lo que significa atender la situación del espacio público y los marcos de referencia que lo ocupan.
Se trata, en definitiva, de considerar las condiciones objetivas en las cuales se desarrolla la misión. Porque es evidente que nos encontramos ante actitudes adversas cultural y socialmente muy extendidas.
Seis ejes para la acción
- Nuestra tarea es hacer aparecer la realidad de las cosas y mostrar la bondad y la belleza del cristianismo vivido.
- Evangelizar significa también actuar para modificar los marcos de referencia de nuestra sociedad, que impiden que el mensaje cristiano llegue con pulcritud y verdad. Presentarnos convencidos e intelectualmente armados sobre la fe cristiana para expresarla y vivirla también en la plaza pública.
- No debemos renunciar a exponer nuestra ética cristiana, sin alarde y sin disimulo. Hagámoslo de la forma que surge cuando queremos proponer y convencer de algo muy importante, es decir, con convicción y prudencia, que es la virtud de escoger el mejor método para conseguir el fin que se persigue.
- Tenemos todo el derecho del mundo a hacer nuestra contribución como cristianos, no debemos aceptar ninguna censura. El juicio sobre lo expuesto estará en función de la bondad de lo manifestado, y no por si su origen es el cristianismo o no.
- El Estado, que en teoría garantiza iguales libertades éticas para cada ciudadano, no puede intentar imponer y generalizar concepciones laicistas del mundo, y debe reconocer la existencia de Dios, porque si lo niega ya no es laico sino ateo.
- Evangelizar es también trabajar para que sea real la libertad de expresión y rechazar las leyes que la penalizan, como empieza a suceder.
Todo ello debemos llevarlo a la práctica utilizando los derechos que nos confiere el Estado de derecho.
Dos grandes condiciones son necesarias: la visibilidad de la Iglesia y la unidad interna, y es necesario trabajar por ellas.
La visibilidad y unidad necesaria de la Iglesia
Los sistemas políticos actuales se consideran a sí mismos como la culminación de la historia y se sacralizan, se divinizan y, entonces, el Estado acaba ocupando el lugar de Dios.
La alternativa a esta situación es la visibilidad y la presencia de la Iglesia, así como la unidad de sus miembros. Solo así se recobrará la desacralización del poder. La tarea de la Iglesia es proclamar que la salvación ha sido completa en Jesucristo y encarnar esta salvación para el mundo, para que se sepa que Dios ha llamado a una comunidad para hacer visible su plan salvador, y es el lugar de reconciliación en el mundo con el cuerpo de Jesucristo. Y es en este escenario, que une lo temporal con lo sobrenatural, donde la eucaristía cobra todo su pleno significado.
La visibilidad de la Iglesia es esencial en el plan de salvación de Dios que se desarrolla en la historia.
Para que esta tarea sea posible es decisiva la unidad, que es la forma que toma la salvación en el mundo, al reunir a muchos en Uno. Por el contrario, la disgregación y la dispersión no solo son la consecuencia del pecado, como explica el relato de Babel, sino que definen el pecado. Significa el desmembramiento de la unidad originaria de la creación. Este planteamiento se constata en la importancia central de la eucaristía. Nuestra sociedad desvinculada es la manifestación de la ruptura con Dios, de la apostasía y el pecado estructural, porque, como dice San Pablo, el pueblo debe ser reunido en el mismo cuerpo de Cristo (1 Cor. 12, 13).
Dios se vuelve accesible a la gente en la historia, primero a través de Israel y después de la Iglesia. Cuando esta presencia se debilita, le ocurre lo mismo a la presencia de Dios.