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El mundo, y en particular Occidente, vive tiempos inciertos, confusos, y por ello en buena medida peligrosos. Se hacen verdad aquellas palabras deĀ Charles Taylor, al referirse a la modernidad -apuntemos de paso, totalmente devorada por el emotivismo de la subjetividad desbordada- como un tiempo de grandeza y miseria. Y esta incertidumbre y confusiĆ³n ambiental, lĆ³gicamente tambiĆ©n amenaza a la Iglesia, y lo hace en mayor medida como menos se asuman con claridad tres notas caracterĆsticas de su naturaleza, sin las que dejarĆa de ser lo que es: la continuadora de la obra de los apĆ³stoles, instituida en el PentecostĆ©s, caracterizada por cuatro atributos que, en el aƱo 381, estableciĆ³Ā el SĆmbolo niceno-constantinopolitano: Ā«una, santa, catĆ³lica y apostĆ³licaĀ». Leer mĆ”s.