La Unión Europea nació después de la terrible derrota de la Guerra de 1939-1945, y por el esfuerzo de unos gobernantes, sobre todo De Gasperi de Italia, Konrad Adenauer de Alemania, y Robert Schuman de Francia, que unidos por una fuerte identidad católica a pesar de sus diferencias nacionales, establecieron sus fundamentos y constituyeron las primeras instituciones comunes de pueblos enemistados por guerras seculares. Así dieron paso a los llamados «30 gloriosos años», el período de mayor paz y prosperidad de toda la historia pasada y posterior de Europa.
Han pasado más de setenta años y ese proyecto se ha ido ampliando territorialmente desde sus seis países fundadores hasta los veintisiete actuales, después de la separación del Reino Unido. Han aumentado, y mucho, sus competencias, no siempre de forma armónica y adecuada: tener capacidad para regular el tamaño de las granjas ponedoras y no tener una política financiera común, ni exterior o de defensa, es por lo menos desconcertante.
Europa debe seguir avanzando y profundizando en el proyecto, pero es vital que rectifique los errores cometidos.
El camino es el opuesto a lo que han ofrecido muchas imágenes esperpénticas del último festival de Eurovisión, que nos mostraban la degradación de la persona.
Queremos una Europa que acoja la vida y su dignidad, la cuide y la acompañe, desde su concepción hasta la muerte natural, en la que los derechos del niño que debe nacer, sean establecidos en todos los ámbitos, sin las brutales contradicciones actuales.
Propugnamos que la familia, especialmente con hijos, debe ser centro y horizonte de todas las políticas, incluidas las necesarias para dotar de presente a futuro emancipado y de futuro a los jóvenes.
Aspiramos a una Europa menos burocrática y más atenta a las necesidades reales de sus ciudadanos, sobre todo de los más necesitados, y que la transición energética se haga de acuerdo a las necesidades objetivas de la realidad social y económica y no al dictado de la tecnocracia.
Rechazamos que las instituciones europeas estén tan entregadas a las doctrinas de género y al mismo tiempo ignoren sistemáticamente las voces y propuestas de los sujetos orgánicos cristianos. Compartimos el criterio de organizaciones europeas como la COMECE, la CEC, y la AIO, que prácticamente recogen todas las opiniones institucionales cristianas, que expresan su sentimiento de marginación por parte de la Comisión Europea y sus organismos, y la exclusión de los valores cristianos en los textos importantes de la UE, cuando ellos son precisamente el fundamento de la Unión, empezando por el reconocido y mal aplicado principio de subsidiariedad.
Reclamamos que estos valores formen parte inequívoca del proyecto europeo, al tiempo que una aplicación efectiva del artículo 7 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE) que prevé un «diálogo transparente abierto y regular con las Iglesias y entidades religiosas».
Rechazamos la práctica de un ateísmo práctico, que excluye toda referencia a Dios, con la excusa de la neutralidad confesional de las instituciones. Que las instituciones no tengan una confesión religiosa no es igual que abrazar el ateísmo.
Propugnamos la existencia de partidos a escala realmente europea y diputados electos proporcionalmente para el conjunto de toda la Unión y hasta en un 50% elegidos por circunscripciones individuales.
Pedimos resolver mejor la política de inmigración diferenciando claramente a los refugiados de la inmigración económica legal y ésta de la ilegal, así como una política más adecuada al desarrollo económico de los países de emigración. Hay que impedir que la gran delincuencia siga prosperando con su tráfico.
Vemos con preocupación cómo de la mano de la droga y también de la prostitución y el tráfico de personas, se extienden y se hacen poderosas las mafias organizadas. Pedimos una acción preventiva de seguridad y orden público a escala europea más eficaz. En definitiva, el origen de todo está en un déficit moral de la propia sociedad europea.
Exigimos un compromiso efectivo y mayor con la paz y la reconciliación en todas partes, y de forma urgente en Ucrania y Rusia, Israel y Gaza, Sudán y otros lugares de África. Queremos una política más eficaz por la paz y el desarrollo que la hasta ahora ejercida y fracasada con estos países, y una mejor por Iberoamérica.
Entendemos que es necesaria una defensa europea, pero rechazamos que ésta sea instrumentalizada en función de un creciente conflicto con Rusia, que hay que deconstruir generando condiciones para la paz y la cooperación. Es un suicidio para Europa empujar por necesidad a Rusia a la influencia creciente de China. Rusia es también Europa.
Entendemos que la política europea debe servir para reducir la desigualdad y los grandes oligopolios.
Pedimos un mejor control de los recursos económicos europeos entregados a los Estados miembros y un menor gasto del mantenimiento de las instituciones europeas.
Propugnamos la promoción del bien común y la justicia social, la solidaridad (inmigración, pobreza, paro, soledad), y subsidiariedad, que comienza en la familia y en las instancias más cercanas a ella.
Llamamos a votar teniendo en cuenta que se trata de un voto europeo y, por tanto, hay que considerar el voto para los grandes grupos del Parlamento Europeo.
Afirmamos que es necesario conseguir que la alianza de socialdemócratas, liberales, verdes y extrema izquierda, deje de imponer su hegemonía en políticas decisivas como las marcadas por la doctrina de género, el aborto masivo y eugenésico, el rechazo a la cultura cristiana, entre otros.
Por tanto, entendemos que nuestro voto debe dirigirse a los partidos que forman parte del Grupo Popular Europeo, si bien con muchas reservas por su actitud ambivalente y a los del Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos, que incorpora grupos de inspiración cristiana, y está presidido por la primera ministra italiana Meloni.
Ayúdanos difundiendo esta Declaración.
Corriente Social Cristiana