Nuestro testimonio y acción constituyen la forma principal con la que Dios ha querido dar continuidad al anuncio de la Buena Nueva. Esta es nuestra responsabilidad, imposible de cumplir sin su Gracia. Como establece Lumen gentium 9, esta acción tiene, “como fin el dilatar más y más el reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que al final Él mismo también lo consume”. “Este pueblo mesiánico, es un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él como instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra” (cf. Mt 5,13-16).
Por todo ello, y en el marco de esta primera Asamblea Cristiana Abierta, formulamos la siguiente declaración, que es una llamada, un signo al servicio de la movilización de los católicos, y a la necesaria y urgente acción en común, a la que llamamos Abat Oliba por el lugar donde se produce, y por lo que este obispo ha significado.
Proclamamos antes que nada nuestra acción de gracias a Dios. Bendito seas porque nos has dado a Cristo y nos llamas a asociarnos para el perfeccionamiento de todas las personas y sus sociedades.
Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona, creada a su imagen y semejanza. Por esta razón, actuamos para asegurar y promover la dignidad de la persona, de toda persona (núm. 37).
Agradecemos a Dios el don único y extraordinario de la vida, raíz de toda alegría, y por esta causa defendemos la inviolabilidad del derecho a la vida humana (núm. 38). Y por ello trabajamos para conseguir una sociedad que la acoja sin excepciones, la acompañe y la cuide.
Bendecimos al Padre porque todo ser humanos puede llegar a descubrir el bien en la ley natural inscrita en su corazón. Afirmamos la exigencia del reconocimiento de la dimensión religiosa del hombre (núm. 39) en una sociedad plural de cultura cristiana, y rechazamos la actual exclusión de Dios de la vida institucional por lo que significa de ateísmo.
Proclamamos con alegría el valor de la familia. Bendecimos a Dios por haber creado un ser humano varón y mujer, y rechazamos que se quiera confundir esta verdad. Por esta causa promovemos que las políticas públicas reconozcan y apoyen el valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad (núm. 40) y el de la filiación y fraternidad.
Ante el imperio de la cultura desvinculada del subjetivismo hedonista, Jesús propone entregar la vida para ganarla. Afirmamos el servicio de la caridad (núm. 41), es decir, del amor de donación forjador de vínculos fuertes. El amor, que nunca aparece en proyectos políticos, se hace más necesario en la medida que crece en las instituciones la burocracia de la despersonalización y son presa de intereses partidistas.
Jesús defiende los derechos de los débiles y la vida digna de todo ser humano. Los Santos Padres han reiterado que la política es una de las más grandes expresiones de la caridad cristiana. Por esta razón es necesario participar activamente en la «política» (núm. 42) de manera organizada, para realizar el bien común, la justicia social y el servicio a los más necesitados. Tenemos en la doctrina social de la Iglesia la alternativa integral al actual sistema y modelo de sociedad.
Un grave peligro nos amenaza en el futuro inmediato y no podemos vivir de espaldas a él. Se trata de la reforma de la Constitución, que elevaría al rango de derechos constitucionales los peores cambios que han introducido las leyes. No podemos seguir como si esto no fuera a suceder: exige de nosotros una gran tarea cultural y política.
El ser humano es el centro de la vida económico-social (núm. 43). Por ello los laicos hemos de comprometernos para resolver los gravísimos problemas y retos planteados. La opción por la justicia social y la preferencia por los pobres no se agota en la caridad, sino que reclama con más motivo la accion política, como alta manifestación de la caridad cristiana.
Siempre, y más ahora, es necesario evangelizar la cultura (núm. 44). Debemos superar la situación de marginalidad del cristianismo en el actual debate cultural y convertirnos en alternativa.
Afirmamos que la Iglesia ha de hacer de las virtudes cristianas el fundamento de sus prácticas, a fin de ser testimonio eficaz en el mundo. Sin ellas difícilmente seremos sal y fermento. Afirmamos que es decisivo recuperar para la vida política, la virtud de la amistad civil, de la concordia.
Todo esto que decimos no entraña novedad alguna, solo nos recuerda lo que nos pide la Iglesia, por ejemplo, en Christifideles Laici.
La novedad radica en decir que no puede pasar más tiempo sin realizar juntos todas estas tareas simultáneamente. La novedad radica en sentirnos llamados al encuentro para actuar juntos en, al menos, tres ejes de trabajo: la evangelización de la vida público-política, la construcción de la alternativa cultural cristiana, y la presencia en la vida política en unos términos eficaces en los resultados, y distintos y superiores a los de la pugna partidista.
La novedad radica en proponer nuevas fórmulas de organización que hagan realidad este encuentro: las asambleas cristianas como espacios organizados de encuentro a las que nos autoconvocamos en la igualdad, para realizar aquellas tareas y trabajar en la formación en la sociedad de la corriente social cristiana, capaz de configurar un sujeto colectivo por encima y más allá de las banderas y consignas de los partidos, que socialice a los cristianos y a todas las personas que comparten esta cultura.
Es hora ya de alzarse. Es hora de alzarse con la poderosa fuerza de la Trinidad, con la poderosa fuerza de Jesucristo, con la poderosa fuerza de la Iglesia, de sus santos, mártires y vírgenes, de sus profetas, de la fuerza de las personas de bien. Es hora de alzarse en nombre de esta poderosa fuerza.
Por eso llamamos, en la preparación de esta Pascua, a convocarnos en asambleas cristianas. Llamamos a los jóvenes a título personal y a sus organizaciones. Llamamos a maestros y profesores, a los padres y madres, a jubilados, trabajadores, directivos y empresarios, a profesionales de las ciencias sociales y de la vida, a científicos, abogados y juristas, periodistas comunicadores y personas del mundo de la cultura y las artes. A grupos parroquiales, a asociaciones de oración y formación, movimientos e institutos, a quienes lucháis por la vida y su dignidad, a los cristianos, a las gentes de buena voluntad, a los cansados, indignados, desanimados. Reunámonos para trabajar sin perder para nada nuestras respectivas especificidades y fines; al contrario, la tarea en común ha de permitir potenciarlos.
Cuando la Iglesia parece, solo parece, decaer es el momento de renacer. Renazcamos mediante la acción conjunta portadora de sentido. No te preguntes qué harán los demás, responde qué vas a hacer tú.
Ese es el deber, esa es la llamada, este es el desafío. Alejémonos de aquellas palabras del Apocalipsis: “Yo conozco tus obras, no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca“ (Ap 3, 15-16). Seamos la respuesta de quienes Dios dice, me he “reservado siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal” (Romanos). Seamos de estos siete mil.
Barcelona, 11 diciembre 2021